Hay gente que, sencillamente, te mata. Y a lo mejor no sabes por qué, pero simplemente lo hace.
Te pueden matar para bien o para mal. Para mal es cuando notas que se te muere algo por dentro: cuando sientes que pierdes o que no puedes luchar contra algo, cuando te rompen el corazón, cuando trabajas para conseguir cosas que nunca llegan, cuando das un último beso o, peor aún, cuando das un beso que nunca supiste que sería el último. Pero también pueden matarte para bien. Pueden matarte de esa manera que aviva algo en tu interior, aunque no siempre sea positivo. Pueden matarte de esa forma en que despierten un odio, una rabia y unas ganas de demostrar que se equivocan que te lanzas sin pensarlo a algo que, posiblemente, te lleve al estrellato. Te matan los sentimientos preciosos que crees que no pueden aumentar o sentirse más hasta que te das cuenta de que día a día los alimentas y siguen expandiéndose por dentro de ti. Te mata querer hacer cosas y estar vivo por dentro, sentir tanto amor que piensas que vas a estallar o las ganas de hacer cosas que te proporcionan una felicidad inmensa, como estar rodeado de quienes consideras tu familia.
A mí hay gente que me mata de todas formas: me han matado críticas y me han matado a besos. Y sigue matándome cada cosa que he (d)escrito, pero sé que puedo con todas: con ese amor incondicional que siento, con esa manía a quienes quieren hundirlo todo, con la pasión y todo lo que aporta cada uno para conseguir lo que quiere y con lo que nos dejamos en el tintero.
Seguid matándome.