Si de algo he presumido siempre es de mi capacidad de hacer las cosas sin pensarlas demasiado y de lo orgullosa que estoy de ello. Alguien me dijo no hace mucho que más vale que las palabras que digas sean dulces, porque es probable que te las tengas que tragar. Yo misma he comprobado que a veces, si no lo piensas bien, lo que dices no suena precisamente dulce.
Siempre me enfado con quienes piensan demasiado lo que hacen o dicen. Les acuso de no vivir al cien por cien su día a día y no me canso de instar a que dejen aparcados sus pensamientos de una vez y que se guien por el instinto. Me he demostrado a mí misma que a veces los pensadores tienen razón y que más vale pensar bien lo que dices que no arrepentirse luego.
Me he equivocado. Todos lo hacemos.
Rectificar es de sabios.